Una “campaña de boicot, desinversión y sanciones”:
¿De cuál país estaba hablando?
¿Hablaba de Arabia Saudita, donde las instalaciones públicas se segregan de acuerdo al sexo y donde un sistema general de apartheid con respecto al géneroniega a las mujeres el derecho de conducir vehículos, vestirse según su elección, casarse y divorciarse libremente, votar, aparecer en público sin un guardián masculino, o dar un testimonio en la misma forma que lo hacen los hombres?
¿Hablaba de Jordania, donde la ley concerniente a la nacionalidad explícitamente impide a los judíos optar por la ciudadanía y donde por décadas la venta de tierra a un judío no sólo era ilegal sino que además se castigaba con la pena de muerte?
¿Hablaba de Irán, donde la homosexualidad es un delito capital (al menos 200 iraníes fueron ejecutados el año pasado), y cuyo presidente, Mahmoud Ahmadinejad, afirmó en la Universidad de Columbia que en Irán no había homosexuales?
¿Hablaba de Sudán, donde milicias árabes apoyadas por el régimen islámico en Jartum han secuestrado y vendido como esclavos a decenas de miles de africanos negros en la región sureña del país, la mayoría de ellos cristianos o animistas?
D’Escoto Brockmann no hablaba de ninguno de estos países. El presidente de la Asamblea General, un sacerdote radical de Maryknoll, que sirvió como ministro de relaciones exteriores de Nicaragua durante el régimen sandinista en los años 1980, no se refería a ninguna de las autocracias y dictaduras musulmanas del Medio Oriente, que casi en su totalidad discriminan las minorías étnicas y religiosas. Se refería al estado judío de Israel, la única democracia de la región y la única que garantiza la igualdad legal de todos sus ciudadanos, un quinto de los cuales son árabes musulmanes y cristianos.
El llamado que hizo d’Escoto para que Israel sea rechazado como un paria y sofocado económicamentellegó en el Día de Solidaridad de la ONU con el Pueblo Palestino, una ocasión anual dedicada a lamentar el renacimiento de la soberanía judía en el siglo XX, a censurar el movimiento de liberación nacional: el sionismo, que hizo posible este renacimiento, y a abogar por la causa de los árabes palestinos. El evento tiene lugar alrededor del 29 de noviembre, el aniversario de la votación de 1947 de la ONU para dividir a Palestina en dos estados, uno judío y uno árabe. Se dan discursos apasionados en los que se enumeran y condenan los pecados de Israel, y se lamenta la falta de un estado para los palestinos. No se menciona el hecho de que los árabes palestinos tendrían su estado desde hace 60 años si la Liga Árabe no hubiera rechazado la decisión de la ONU, eligiendo en su lugar declarar la guerra al estado judío.
Al igual que gran parte de lo que sucede en la ONU, la obsesión con demonizar a Israel y ensalzar a los palestinos resulta grotesca y al estilo de Orwell. Más de 1 millón de árabes israelíes gozan de derechos civiles y políticos sin paralelo en el mundo árabe; sin embargo, se acusa a Israel de represión y abuso de los derechos humanos. Gobiernos israelíes consecutivos han apoyado una solución de dos estados, no obstante, se castiga a Israel por ser un obstáculo para la paz. La Autoridad Palestina administra la más perversa cultura de odio hacia los judíos desde el Tercer Reich y quiere que todos los judíos sean expulsados de la tierra que reclama para sí; sin embargo, se tilda a Israel de estado de apartheid, y se le selecciona para aplicarle censura y ostracismo.
Sin duda alguna, al equiparar a Israel con la época del apartheid en Sudáfrica, la ONU no incurre en anti-racismo sino en anti-semitismo. En los años 1930, los antisemitas más destacados del mundo exigieron un boicot a los negocios judíos. Actualmente exigen un boicot al estado judío.
“Golpeen a los judíos donde son más vulnerables”:
Cuando la ONU adoptó su detestable resolución de Sionismo es racismo en 1975, el embajador de EE. UU., Daniel Patrick Moynihan no se anduvo con rodeos. Moynihan declaró con actitud desafiante Estados Unidos no reconoce, no acatará, y nunca consentirá este acto infame”. ¿Dónde está este tipo de voz de indignación moral actualmente?
(Jeff Jacoby es un columnista para The Boston Globe. Este artículo es una traducción del original.)